Lewis carroll nos cuenta en Alicia en el País de las Maravillas el último, y definitivo, sueño de la niñez: el sueño en el que el niño se enfrenta al mundo de los adultos para no verlo desde fuera, sino para ingersar en él. Este mundo, para el niño es a la vez atrayente y repelente, misterioso y pedreste, racional y profundamente absurdo.
El ingreso del niño en este nuevo mundo supone, para él, una aventura tan formidable como lo era para Livingstone adentrarse en el corazón de África. Desde esta perspectiva Alicia en el País de las Maravillas se convierte en la primera de las extraordinarias narraciones contemporáneas que proclaman que los grandes descubrimientos del hombre no están en el espacio exterior, sino en el interior.