Los alimentos que nutren el alma no proceden de las tiendas o las granjas y las flores de la vida no son aquellas que vemos en las floristerías o que adornan las casas elegantes. Vernon Lee nos alerta sobre el error que supone vivir en la abundancia y dejarse deslumbrar por lo que no es sino distracción y entretenimiento. Nos anima, como hizo tres siglos antes Voltaire, a cultivar nuestro jardín, aquel que se encuentra más cerca de nuestra morada más íntima y cuya llave prestamos, a veces, a algunos allegados. La autora expone sus razones para no ir al teatro y para abstenerse de asistir a conciertos multitudinarios; elogia el discreto buen hacer de las institutrices y el arte de escribir cartas y hacer regalos; realiza una encarecida y modernísima defensa de la bicicleta frente al uso (y abuso) de los animales de tiro, y sostiene que lo más importante de los libros no es leerlos, sino dejar que entren en nosotros por los sentidos. Absolutamente libre en sus asociaciones, Vernon Lee considera que no hay que confiar en artistas, poetas, filósofos o santos para acondicionar las partes yermas de nuestra alma: ú