El alicantino Gabriel Miró (1879-1930) ocupa un puesto muy particular en las letras españolas del primer tercio del siglo XX. Su obra presenta vinculaciones con la prosa modernista y algún contacto con los escritores del «98» (especialmente Azorín); su búsqueda de la perfección formal hace que se le incluya entre los autores llamados «novecentistas» (Ortega, D'Ors, Pérez de Ayala...); pero su peculiaridad es difícil de encasillar. Autor de novelas, de relatos breves, de libros de prosa varia, Miró destaca ante todo por su asombrosa capacidad de captar sensaciones. De ahí el predominio de lo descriptivo en su obra. Nos hallamos ante una sensibilidad exacerbada en todos sus sentidos: luz y color, aromas, sonidos, sabores, impresiones táctiles llenan sus páginas con una riqueza pocas veces igualada. Se le ha llamado «gran poeta en prosa», y a ello contribuye su dominio del lenguaje, cuajado de imágenes vivas, de emoción y, en definitiva, de belleza. En su libro Figuras de la Pasión del Señor (1917) evoca a los personajes del drama evangélico, en medio de un paisaje que bien pudiera ser el de Palestina, pero que refleja exactamente las tierras y pueblos alicantinos que Gabriel Miró ha plasmado en toda su obra. Así puede verse en el fragmento que presentamos. Se sitúa en un capítulo dedicado a la fiesta de la Pascua; una procesión recorre las calles de Nazareth y sale luego a los campos, lo cual da motivo al autor para ofrecernos la descripción siguiente.