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31 MAR

Club de lectura puerta de Herakles: Stoner

Seguimos con el club de lectura puerta de Herakles con la lectura de "la novela perfecta" de John Williams, Stoner, el viernes 31 de marzo a las 18 horas.
Club de lectura puerta de Herakles: Stoner

Seguimos con el club de lectura puerta de Herakles con la lectura de "la novela perfecta" de John Williams, Stoner, el viernes 31 de marzo a las 18 horas.

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Sobre el libro

William Stoner, hijo único de un matrimonio de granjeros que sobrevive en la penuria, es enviado a estudiar agricultura a la Universidad de Missouri. El objetivo de su padre es sencillo: que el chico aprenda técnicas nuevas y que, a la vuelta, se haga cargo de la granja. Pero en esas clases donde se sabe un intruso descubre la literatura, y de qué manera puede cambiar su vida. A partir de ahí, su fracaso matrimonial, su no del todo feliz peripecia profesional, su fidelidad a la institución, su búsqueda constante de una esquiva paz interior. Pero, sobre todo, una manera de hablar, de contar, que han merecido el elogio unánime de la crítica:

 

Fragmento de Stoner

Booneville había cambiado poco en todos esos años. Habían construido algunos edificios, habían demolido otros, pero el pueblo conservaba su austera precariedad, y todavía parecía un campamento provisorio que se podía abandonar en cualquier momento. Aunque en los últimos años habían pavimentado la mayoría de las calles, una bruma polvorienta colgaba del aire, y aún circulaban unas pocas carretas tiradas por caballos, y al raspar el pavimento y las cunetas las ruedas con cubiertas de acero (llantas), a veces arrancaban chispas.

La casa tampoco había cambiado mucho. Quizá se la veía más seca y más gris; no quedaba una pizca de pintura en las tablas de madera, y los tablones de la galería se combaban aún más hacia la tierra.

Adentro había algunas personas: vecinos. gente que Stoner no recordaba; un hombre alto y delgado en traje negro, camisa blanca y corbata de lazo, estaba inclinado sobre su madre, sentada en una silla junto al angosto cajón de madera que contenía el cuerpo de su padre. Stoner cruzó la habitación. El hombre alto lo vio y le salió al encuentro; tenía los ojos grises y chatos como pedazos de cerámica esmaltada. Pronunció algunas palabras con una voz profunda y empalagosa de barítono, espesa y queda; lo llamó “hermano” y habló del “pesar” por la muerte de un ser querido; dijo que “el Señor da o el Señor quita” y preguntó si Stoner quería rezar con él. Stoner siguió de largo y se detuvo frente a su madre; su rostro flotaba en él.

A través de la vista nublada observó que ella lo saludaba y se levantaba de la silla.

–Querrás ver a tu padre –le dijo, tomándole el brazo.

Con una mano tan frágil que apenas se sentía, lo condujo hacia el ataúd abierto. El miró. Miró hasta que se le despejó la vista, y luego retrocedió espantado. Ese cuerpo encogido y diminuto parecía el de un ser extraño, y su cara era una máscara de delgado papel marrón, con profundas depresiones negras donde debían estar los ojos. El traje azul oscuro que envolvía el cadáver era grotescamente holgado, y las manos plegadas sobre el pecho que le sobresalían de las mangas parecían las garras disecadas de un animal. Stoner miró a la madre, y supo que sus ojos delataban el horror que sentía.

–Tu padre perdió muchos pesos en el último par de semanas –dijo ella–. Le pedí que no saliera al campo, pero se levantó antes de que yo me despertara y se fue. No andaba bien de la cabeza y no sabía lo que hacía. El médico dijo que así debía ser o no lo hubiera dicho.

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