¿Qué hacer para que un grano de trigo caiga en la tierra y no muera? ¿Qué hacer para que no quede infecundo? ¿Por qué hay relaciones que florecen y otras que apenas brotan? A los personajes de los veinte relatos que componen El trigo que cae, a veces, les crecen raíces y se agarran a la tierra. Otras, continúan deambulando en busca de respuestas -y quién no- porque desconocen lo que sembraron.
El universo de Xenia García es a la vez íntimo y perturbador, donde nada es lo que parece y la idealización de la maternidad no resulta suficiente para combatir esa rotunda falta de amor que subyace en sus relatos: niñas que se saben niños; madres que escriben para no sentirse escritas; una funcionaria que lo tiene todo, incluido el goce por el sufrimiento; hombres que hacen apología de la sencillez vital y descubren que en la vida nada es sencillo; toda una generación de mujeres con pubis rasurados que empujan columpios atrapadas en su vaivén; el fraude de la simetría en las relaciones; parejas que se despiertan descubriendo una gran verruga entre ellos y que ya no se reconocen, porque un lunar puede ser una montaña que todo lo cambia; la frustrada búsqueda de la felicidad en ese vestir de blanco a una hija; la obsesión por envolver con plástico el mundo para que no se deteriore.