A comienzos de los 90 y recién cumplidos los treinta, escribí estos relatos que entonces me parecieron eróticos. No obstante, ahora que tengo cuarentitantos he descubierto que sólo eran literatura fantástica.
Uno cuando es joven tiende a confundir el erotismo con la sexualidad. Al erotismo le basta con la fantasía, el deseo y la imaginación (ese es el quid de la cuestión); mientras que la sexualidad requiere pareja, espacio y una mínima parafernalia (ese es el kit de la cuestión). Así, a los treinta yo creía que mis personajes sólo echaban «quiquis», pero pasados los cuarenta he constatado que lo que hacían era un quid-kit.
Por eso Helarte de amar no es una colección de cuentos eróticos, sino un hatajo de disparates sexuales. Un libro de «ciencia-fricción».